Entender la ideología machista en
nuestro país puede resultar, al principio, algo confuso, ya que se ha
estereotipado la imagen del macho como un hombre extremadamente fuerte, valiente,
dominante, distante a mostrar afecto, mujeriego, enérgico, altanero con las
mujeres y demás características propias que se le han atribuido a tan dañina
figura.
En nuestro país por muchas
décadas se ilustró esta figura en las películas del cine de la época de oro mexicano, donde
era representada por el macho del pueblo, encarnado por los actores Pedro
Infante, Jorge Negrete, Antonio Aguilar, por mencionar algunos. Claro está que,
dado que nuestra sociedad se alimentaba de dichas historias, muchos hombres los
usaban de ejemplo para operar su masculinidad.
Ni qué decir en cuanto a las
labores domésticas o la crianza y la intervención del macho en ellas. ¡Esas son cosas de mujeres! —Decían. Por
muchas décadas la sociedad se adaptó a este papel y a sus funciones. Otras características
del macho es que no es sensible, no llora, no es cobarde, realiza actividades
rudas y se dedica al trabajo, a beber y a conquistar mujeres.
Y todavía se resalta, dentro de
un grupo de machos, al macho alfa, cuyas características de dominio son
superiores a los demás y por ello se ha ganado ese título.
Sin embargo, dentro de mis
análisis sociales sobre la violencia de género, me interesé por atender a la
frase “las mujeres son formadoras de machos” y aquí hay que hacer un
paréntesis: toda mujer es víctima del sistema patriarcal y a quienes acusan de
formadoras de machos, únicamente repiten patrones de educación recibidos. Lo
grave es que, al repetir estos patrones, absorben el machismo como ideología y
entonces tienen conductas similares, dominantes y opresoras en contra de otras
mujeres.
No es sino mediante la
deconstrucción del machismo que una mujer se entera de que también ha sido
opresora de otra mujer. Por ejemplo, dentro de una familia mexicana, el que la
madre le diera prioridad a su hijo hombre para estudiar e ir a la universidad
con la excusa de que por ser hombre, en el futuro, tendría que mantener a una
familia; no así a su hija mujer por pensar que ella sería mantenida por su
futuro esposo, es una expresión del machismo.
La ideología machista nos ha
impregnado las venas sociales y nos ha hecho partícipes a todos y todas. Los
daños que emanan de ella afectan a hombres y a mujeres, sin embargo, a nosotras
nos está costando la vida. El machismo nos discrimina y eso nos hace víctimas
de todas las formas de violencia posibles.
La buena nueva es que, en la
actualidad, algunos hombres están optando por ejercer otro tipo de masculinidad
porque ya se dieron cuenta de que esta no recae en su conducta opresora en contra
de nosotras. Ahora muchos defienden su derecho a llorar, a pronunciar lo que
les preocupa, a decir que tienen miedo, a mostrarse débiles en alguna situación
y, ya lo notaron, siguen siendo hombres.
Machismo y misoginia van de la
mano. Una mujer misógina se mostrará como aquella que le da mayor credibilidad
a un hombre que a una mujer. Por ejemplo, en un hospital al hombre que viste
bata blanca y que le cuelga un estetoscopio del cuello le llama “doctor” y a la
mujer, con las mismas características, le llama “señorita”, denotando así una
subestimación a la formación académica y a las capacidades de ella.
La misoginia se manifiesta con
rechazo, discriminación, denigración y violencia en contra de nosotras. Si bien
es cierto, es expresada con mayor frecuencia por los hombres, también hay
muchas mujeres que comulgan con ella como resultado de los mitos patriarcales que han introducido en
nuestra sociedad, tales como “No hay peor enemiga de una mujer que otra mujer” “Entre
mujeres podremos destrozarnos, pero jamás nos haremos daño” “Hijo de mi hija,
mi nieto será; hijo de hijo, en duda estará” “Mujeres juntas ni difuntas”, por
desgracia estas frases son mayormente pronunciadas por mujeres que por hombres.
La misoginia interiorizada en la
mujer, se expresa en barreras mentales tales como: “soy débil y por ello
necesito un hombre que me proteja” “él puede resolver problemas con más
facilidad que yo” “él sí es inteligente” “necesito un esposo para que me
respeten”, porque de manera inconsciente, nos desvalorizamos y rechazamos
nuestras capacidades solo porque el sistema nos ha dicho que así tiene que ser.
La deconstrucción resulta
esencial en el feminismo porque nos permite desechar aquellas ideas y construir
las que nos fortalecen y valorizan como mujeres. Nos da la pauta para
priorizarnos y sabernos dignas de otras actividades que no sean las del hogar o
la crianza.
El 98% de las mujeres hemos
crecido en un entorno totalmente misógino/machista y por ello resulta
indispensable deconstruirnos siguiendo las enseñanzas que otras mujeres han
desarrollado para lograrlo.
Por último, este es un problema
de transmisión social, todas y todos podemos evitar contagiarnos si aceptamos
que la opresión, la violencia y el rechazo no fueron, son, ni serán, una
alternativa de vida para brindar a nuestros semejantes.
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