Leer a Elena Garro es leer a México.
El mundo literario de Elena Garro
está impregnado de México: sus pueblos, sus nombres, su comida y… ¿Sus
panteones? Sí, lugar que Elena eligió para contarnos qué hay después de la muerte,
al menos desde su cosmovisión.
Todo inicia en el inframundo. No muy
lejos del último lugar de reposo. Una familia convive a pesar de las diferencias de edades que hay entre ellos. Permanecen en un cuarto oscuro. Los tiempos
vividos ahora convergen en un solo tiempo.
Ellos hablan, discuten, comparten
ideas, cantan, se ríen; incluso Mamá Jesusita está muy avergonzada de permanecer
en camisón y cofia de dormir. No siente que sea un traje digno para presentarse
ante Dios.
Las pláticas entre ellos se
adornan de recuerdos. Uno hermoso es aquel cuando Jesusita cuenta que lo que
más extraña es cuando dejaba su cubeta de agua al sereno, para bañarse al día
siguiente con el agua cuajada de
estrellas de invierno. Cada integrante de la familia nos cuenta su historia
con su última ropa, con sus pláticas, con sus añoranzas.
Es justo el momento de recibir a
otro integrante: Lidia de 32 años. Los de afuera abren la puerta al mundo
metafísico de Garro, introducen a Lidia y, los de adentro, escuchan la voz de
don Gregorio de la Huerta, quien claramente desconoce el futuro de los muertos.
Cuando Catita, la más joven de la familia fue llevada a ese hogar sólido, dijo:
“Voló un angelito” mientras que ella permanecía asustada, allí abajo, en el lugar oscuro
y frío.
Solidarios, le dan la bienvenida
a Lidia, quien pregunta “y ahora ¿qué hacemos?” se trata del reencuentro con el
familiar a quien le lloramos por su partida y al mismo tiempo, de la cura del
dolor por verle de nuevo. Elena nos regala la esperanza de volver a abrazar a
nuestros seres queridos.
Abrir el sepulcro es dar paso a
una nueva dimensión en la misma vida. Evolucionar espiritualmente para después
poder entrar al orden celestial. Explica Clemente: después de haber aprendido a
ser todas las cosas, aparecerá la lanza de San Miguel, centro del universo, y a
su luz surgirán las huestes divinas de los ángeles, y entraremos en el orden
celestial.
Elena le da a los muertos una
vida diferente para experimentar ser todas las cosas: un gusano, el viento, el
fuego, un pino, un dedo, una ola… y después, el descanso eterno.
En esta obra la autora nos invita
a la reflexión sobre la muerte a través de un camino de imágenes llenas de
risa, de nostalgia y de luz. ¿Qué habrá después de la muerte? Además, nos
exhorta a no enterrar a nuestras abuelitas con camisón y cofia.
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