Ni siquiera recuerdo cuando fue que
empezó a ponerse pálido mi corazón. Quizá el instante fue tan grotesco que la
mente, con fines de protección, lo bloqueó. Solo sé que los ríos se empolvaron
y las flores dejaron de brillar. La pesadez de vivir cayó sobre los hombros,
endureciendo sonrisas y prolongando la irritación de los ojos por dormir
demasiado.
Las mariposas dejaron de revolotear
por las mañanas y en el camino hallaba sus esqueletos. Mi mirada quebrada huía del
arcoíris. La palidez fragmentaba de a poco cada sueño.
En aquellos días no vislumbraba
oportunidades. Ningún alimento era deseado. Los mares no embravecían y los girasoles se
marchitaron. Miraba el sol cubierto de telarañas y la luna agrietada, a causa
de las abundantes lágrimas.
—Tiene pálido el corazón —fue el
diagnóstico del médico especialista — La enfermedad suele confundirse con
flojera, con una simple tristeza o bien, con el desgano de hacer cosas
—puntualizó.
Venlafaxina de 75 mg y baños de sol
fue la receta. Yo solo pensaba: ¿cómo le quito las telarañas al sol? La ansiedad de no poder hacerlo me hundió un
poco más en la fosa de mi cama.
Una tarde, fui invitada por la luz
de las letras para recorrer su sendero. Acepté. En tales condiciones ya no importa
si hay algo que perder. La vida es
breve, más no hallarle sentido, la hace tediosa, fue lo primero que
aprendí de aquella luminosidad.
Cada historia que leía se insertaba
en la mente electrocutando ideologías obsoletas como aquella de la buena moral.
El reflejo con los personajes comenzó a ser algo habitual, provocando llantos,
risas, acuerdos, desacuerdos y hasta indignaciones. Era yo quien vivía cada una de esas historias.
Todas las religiones poseen un punto de quiebre que saca a relucir su
falsedad, fue la segunda pepita de oro que encontré y comprendí por qué ahí no había alivio. Hay dos cosas que no se le pueden prohibir a
la esclava: amar y pensar y yo era esclava de tal enfermedad, más me
supe libre de pensamiento. Este último hallazgo fue un fuerte impulso para
salir de la cama. Encontré en las letras un albor.
Actualmente, sus aguas eternas sacian
la sed que me provoca la realidad y, el fuego que emana de cada libro es un
abrigo para la piel. Abrazo la esperanza.
Poco a poco mi corazón ha ido
perdiendo tal palidez y adoptando el vigoroso multicolor de las letras.
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