Elena Garro la describe así: "Lucía pantalones gruesos de obrero,
un suéter negro, cabellos negros, boca gruesa y rostro mofletudo… Era un ser amoral…
un pequeño demonio que hubiera adoptado el aspecto de un obrero simulando ser
mujer".
La poesía de Alejandra seduce a las mentes más sublimes. Proyecta
una enigmática figura que hace que los lectores quisquillosos cuestionen su obra y en su vida ahonden.
Mi primer acercamiento con ella fue a través de “Ajedrez”
contenido en el poemario “La tierra más ajena” con el fin de comprender su
óptica y diferenciarla de la de Borges y su poema homónimo. Quedé fascinada con
Alejandra por la sensibilidad y la conexión que muestra entre su mundo y su obra;
mientras que Borges pavonea su erudición, Pizarnik se desnuda en cada uno de
sus versos.
A ella le gustaba romper con lo establecido, no solo en sus
versos o en su prosa, también en su forma de vivir, de vestir y hasta de
hablar. Sintiéndose siempre tan ajena del mundo, ella nada más vivió para escribir.
Los frutos del “árbol de Diana” podrían catalogarse como
majestuosamente tortuosos. En ellos, hace referencia a su añorado suicidio,
consumado en el tercer intento. A pesar
de que Cortázar, en una misiva, le pidió
que no lo hiciera. Fueron cincuenta pastillas de Seconal las que le llevaron al
otro mundo y su funeral inauguró la nueva sede de la Sociedad Argentina de
Escritores.
Pizarnik fumaba, leía, creaba mundos y construía noches,
pero no iba al banco. Las actividades cotidianas y superfluas no eran para
ella como tampoco las plantas o las mascotas. Un espíritu cuyo cuerpo limitaba
a este plano. Una mente de otro mundo. Poeta amada y poco comprendida; sus escritos
no poseen máscaras ni lagunas.
“¿Y quién no goza
entre amapolas?” cuestionaría en su poema “Exilio” la adicta a la anfetamina. Y
¿Qué era para ella el gozo? Que en su prosa denota un deseo sexual irrefrenable
y que al final se quedaba en solo eso, un deseo. ¿Cómo goza quien la muerte anhela?
Y para quien la única herida era caminar por las calles y señalar el cielo o la
tierra…[1]
Pizarnik (apellido correcto Pozharnok, fue mal escrito por
un burócrata argentino) como mujer, nos hereda la rabia de destrozar bosquejos
de vida establecidos; y como poeta, a romper esquemas poéticos[2]
y literarios.
Alejandra Pizarnik es más que un nombre, se trata de una
leyenda, un ser hipersensible que se atrevió a explorar este mundo insensible.
Sólo un nombre.
Alejandra Alejandra
Debajo estoy yo
Alejandra
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