El 15 de febrero del 2020 el pequeño cuerpo de Fátima Cecilia
fue hallado después de cuatro días de desaparecida. Fue hallado con huellas de
violencia sexual y tortura.
Tenía solo siete años, comenzaba a comprender la vida. Quienes
la conocieron dicen que era una niña traviesa. Una pequeña que quizá por las
noches llamaba a su mamá para dormir junto a ella y sentirse protegida. Quizá,
como a muchos niños, también le daba miedo la oscuridad y quizá, para conciliar
el sueño, tomaba leche tibia con chocolate.
Acababa de cumplir siete años, era tan chiquita y por eso,
se me doblan las piernas al pensar en la tortura que vivió a manos de un hijo
del patriarcado. Ella pensaba en juegos, en cantos, en caricaturas; jamás en
ser la novia de un imbécil falto de valores y de sentido común.
Su feminicidio ensombreció a la sociedad mexicana; muchas mujeres
le lloramos sin conocerla porque supimos de la tortura de la que fue víctima. Imagino
su miedo; sus gritos llamando a su mamá; a su tía; incluso a dios, un dios que
no la escuchó.
Era tan chiquita. Las cámaras de vigilancia la proyectan,
por última vez, brincando confiada a lado de su verdugo, sin imaginar los actos
crueles de los que sería víctima tan solo unas horas después. Pero ¿cómo podría
imaginar tales atrocidades? Ella era tan chiquita, en su mente, en su mundo no
existían tales cosas.
No fue culpa de su mamá por no pasar a tiempo al colegio por
ella. Su sentencia fue por nacer mujer en un país tan misógino, tan machista,
tan patriarcal. Su feminicida no fue un loco ni un monstruo, fue un simple hijo
del patriarcado que sabía que, las mujeres y en este caso, las niñas estaban a
su disposición para satisfacerlo sexualmente.
Utópicamente, diría el feminicida de Fátima Cecilia era el último que quedaba sobre la tierra y que Fátima fue la última víctima del patriarcado. Lamentablemente, tipos así hay muchos y víctimas tan chiquitas, las sigue habiendo. Sobre todo por nuestra nefasta cultura que se empeña en seguir siendo patriarcal y por nuestro poder judicial, que no hace nada por proteger a las mujeres y niñas mexicanas.
Hace dos años que le arrancaron la vida a Fátima Cecilia,
antes hubo muchas niñas que también fueron asesinadas y después, hay otras
tantas.
Su familia sigue esperando justicia. Los colectivos
feministas siguen manifestando su rabia por la falta de perspectiva de género y
empatía hacía la víctima. Mientras no haya justicia, las marchas feministas
seguirán siendo el resultado del hartazgo de la violencia que se ejerce en
contra de nosotras y de la impunidad que nos revictimiza. Y todavía hay
quienes repiten como ovejas: ¿Qué ganan las feministas manifestándose así cómo lo
hacen? La verdad es que hemos ganado mucho, para empezar, no permitir que la
voz de las víctimas sea apagada.
A dos años del feminicidio de la pequeña Fátima Cecilia, su
voz se sigue escuchando.
Fátima Cecilia ¡TU VOZ SE ESCUCHA!
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