Una putx.

 


¿Cuántas veces hemos escuchado: “Tal mujer es puta porque quiere, porque seguro le gusta” o “Ella se prostituye porque no quiere hacer otra cosa”?

México está catalogado e identificado como un país de origen, tránsito y destino para las víctimas de trata. La trata de personas se ha convertido en un negocio altamente lucrativo, compite por el primer lugar con el tráfico de armas y de drogas. Por un momento de sexo, una mujer de la zona de la Merced, cobra $150.00. La cuota que debe entregar a su proxeneta es de entre $3,000 y $3,500 pesos mexicanos al día, los clientes, por ende,  oscilan entre los 20 y 25 para cubrir la cuota.

“Las putas” “Las mujeres de la vida galante” “Las nalgas fáciles” etc. Muchos adjetivos descalificativos se han acumulado a lo largo de la historia, porque claro, la prostitución es el trabajo más antiguo que existe. ¿Trabajo?

Según Miguel Casas Gómez,  la palabra “puta” (en latín, putta) se convirtió hace siglos en sustituto biensonante de “mujer pública”. A ver, si toda la vida el patriarcado nos ha situado en el ambiente privado ¿Cuál es la razón por la que a las “putas” las define como “mujeres públicas”? … ¡Ah claro! Porque si se trata de la satisfacción sexual de ellos, entonces la mujer puede ser colocada en el ambiente público. 

La trata de personas, mujeres y niñas sobre todo, es un cruel resultado de la cosificación de la mujer. Siempre vistas y enseñadas para la satisfacción del hombre, porque claro, cuando el hombre deja de masturbarse, la mano es remplazada por alguna vagina. Desde niñas somos enseñadas a ser “femeninas” para los hombres; nos enseñan a lucir bonitas y esbeltas para que un hombre nos vea atractivas y entonces podamos conseguir marido y entonces podamos ser alguien en la sociedad.

Atender a 20 hombres en el terreno sexual, ser manoseada, penetrada, obligada a practicar felaciones a tipos desconocidos y, tal vez, mal aseados. Clientes que desprenden malos olores, a quienes les apesta la boca o la axila o los pies, dudo que sea un trabajo y también dudo que haya una mujer que lo haga por gusto.

Y si dejamos de verlas como putas y comenzamos a verlas como mujeres, mujeres dignas de tener sueños, dignas de invitarlas a comer, dignas de cumplir metas; merecedoras de un abrazo, de respeto, de amor. Si las dejamos de ver como putas y empezamos a verlas como las que trajeron de algún pueblo hacia la ciudad y que ahora extrañan amargamente a sus familiares, si las vemos como mujeres que sienten, que piensan, que razonan. Mujeres con derechos como lo indica nuestra pisoteada Carta Magna. Mujeres que no son públicas, sino victimas del sistema patriarcal.

¿Una puta? No, eso no existe. Puede ser que se trate de una mujer engañada, falsamente enamorada, con el corazón destrozado porque el hombre que le prometió amor y una familia, ahora vende su cuerpo para satisfacción de otros.

 ¿Una puta? No, eso no existe. Quizá se trate de una niña extraída de su casa en contra de su voluntad y ahora, ofrecida sexualmente.

¿Una puta? No. A lo mejor una niña, adolescente o mujer, que quizá no conozca las caricias, que no comprenda el significado de tener relaciones sexuales por amor, por placer, por gusto.

 ¿Una puta? No, no, no. Es una víctima que probablemente viva asqueada, que se bañe diez veces al día para pedirle al agua que se lleve su dolor, que borre las huellas de la humillación, para envolverse en el aroma de jabón barato y olvidar, momentáneamente, que la llaman puta.

Mónica Maydez.
@MMaydez
monica.maydez@gmail.com

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